Playa rosa
en una playa rosa
A. Storni
Como era su costumbre, se sentó en la arena a ver lo últimos rayos de sol desvanecerse entre las aguas. Al igual que ellos, sentía como su vida se iba palideciendo. Le gustaba ese lugar, se sentía acogida por el ruido de las olas que acompañaba sus cavilaciones.
No recordaba muy bien cuándo había descubierto esa playa, pero desde aquel día siempre que cruzaba el río iba allí.
La tristeza se amotinaba en el pecho y la vida pasaba como un desfile por su cabeza. Un dolor intenso le quitaba el aire, sus ojos se llenaron de lágrimas y la belleza del lugar contrarrestaba con su angustia.
Sentía que solo quedaban jirones de lo que una vez había sido o intentado ser. Ya nada era claro.
Un torbellino de ideas se arremolinaban en su mente, se pegaba fuertemente la frente contra la arena mojada, como queriéndoselas quitar, pero ellas persistían.
La voz de su medico era un eco: el diagnóstico es irreversible, lo siento y la despidió con una palmadita en los hombros, como si eso fuese suficiente.
Tantas preguntas aún por responder, tantas cosas por vivir...
Comenzó a caminar por la orilla, le gustaba sentir el agua fría, refrescándole los pies, como la espuma blanca dejaba la estela alrededor de sus piernas, cual serpentinas.
Subió al peñasco para tener mejor vista.
El río se tiño de rojo.
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